miércoles, 2 de marzo de 2011

Desde el Pie, desde Ludueña


Desde la obligación de la esperanza

Desde 1996, el grupo Desde el Pie crece en su acción de prevención y tratamiento de la violencia familiar, el maltrato y el abuso sexual infantil. Desde el Pie funciona en la sede de la Vicaría Sagrado Corazón de barrio Ludueña, en la esquina de Puelches y Casilda, espacio en el que se realizan talleres de reflexión con mujeres (grupos de ayuda mutua); con niños (donde lo lúdico habilita la palabra) y de expresión artística desde una perspectiva de “salud–arte”. Además, Desde el Pie brinda atención psicológica a hombres y mujeres en espacios diferenciados, participa en campañas de sensibilización y desnaturalización de la violencia, brinda contención y acompañamiento en situaciones de riesgo y articula su trabajo con los equipos de profesionales y organizaciones comunitarias de la zona.

Desde 1996, el grupo Desde el Pie crece en su acción de prevención y tratamiento de la violencia familiar, el maltrato y el abuso sexual infantil. Desde el Pie funciona en la sede de la Vicaría Sagrado Corazón de barrio Ludueña, en la esquina de Puelches y Casilda, espacio en el que se realizan talleres de reflexión con mujeres (grupos de ayuda mutua); con niños (donde lo lúdico habilita la palabra) y de expresión artística desde una perspectiva de salud-arte;. Además, Desde el Pie brinda atención psicológica a hombres y mujeres en espacios diferenciados, participa en campañas de sensibilización y desnaturalización de la violencia, brinda contención y acompañamiento en situaciones de riesgo y articula su trabajo con los equipos de profesionales y organizaciones comunitarias de la zona.
Reunidas en la mesa de un bar ubicado enfrente a los Tribunales, Alejandra Lilles, Mili Glikstein, Mary Suárez y Karina Galindo, se explayan respecto de la historia y las actividades de la organización que conformaron. Y cuentan que Desde el Pie se llama así porque fueron humildes mujeres de Ludueña las que en 1996, cuando se desarmó un grupo que se llamaba Prever, insistieron en seguir contando con un espacio para abordar la cuestión de la violencia familiar. Alejandra es psicóloga, Mili y Mary son docentes y estudiantes de Trabajo Social y Karina es estudiante de Bellas Artes. Y relatan que están en plena elaboración de un proyecto que les permita conseguir el financiamiento necesario para sostener y mejorar las actividades del grupo, que someten periódicamente a instancias de supervisión. "Necesitamos materiales para los talleres", responden cuando se les pregunta cuáles, más allá del financiamiento, son las necesidades inmediatas para seguir adelante con su labor. Y dicen: "Hace poco, leyendo un artículo, nos gustó la respuesta de Osvaldo Bayer a un periodista cuando le preguntó si se puede tener esperanza en estos momentos tan desesperantes. Él le responde que la esperanza es una obligación, una tarea. Y últimamente nos repetimos esto para seguir".
Y dicen también que "nos proponemos que las mujeres vayan reconociéndose como personas y que poco a poco comiencen a elegir. Esto parece obvio, pero cuando uno se encuentra con personas que dicen "este es el 1º dibujo que hago en mi puta vida", o "no sé qué color me gusta, ni qué quiero ser", o "no tengo fotos de mí misma", podemos ver así que no todos tenemos la posibilidad de elegir. Aunque nos parezca raro, es así. La libertad no es un regalo que tenemos todos al nacer, sino que es una búsqueda y un trabajo diario para empezar a sentirla".
Para saber más de la labor de Desde el Pie, vale el relato que sus integrantes
Juan, de 8 años, llega al taller muy alterado, una hora más tarde. Se quedó con el papá en la casa hasta ese momento.

Juan rompe el silencio en un juego. Se acerca a una de las coordinadoras del taller, con un teléfono de juguete, mientras intenta dar forma a un rompecabezas. El teléfono de Juan no deja de sonar estridentemente. Lo interrumpe, no lo deja concentrarse en ninguna actividad. ..él levanta una y otra vez el tubo y repite: "hijo de puta, dejame tranquilo"... "hijo de puta!!!"...

La coordinadora le pide el teléfono, al tiempo que dice: "usted sabe, señor, que hay cosas que lastiman a los chicos, que ni un papá ni nadie les puede hacer"...

Juan le arranca el tubo de las manos y, desesperado, exclama: "no le digas que te dije"...

Juan, sus hermanos y su mamá hablan de los golpes del padre, del retaceo de comida o de dinero, de insultos, etc.

Sabemos, no sólo por este indicador que aparece en el juego, que es de otra cosa de la que no se puede hablar.

Este caso fue presentado en tribunales, y desde allí se le exigió a al padre que asista a una institución por su alcoholismo, a la madre que se ocupe de algunos exámenes médicos de los niños, etc., pero frente al abuso sexual no se arbitraron medidas proteccionales, ya que no constataron lesiones a nivel de los genitales.

¿Cuál es el precio que se paga por sostener el silencio?

Juan tiene profundas perturbaciones en su desarrollo psíquico y en sus posibilidades de aprendizaje, se masturba compulsiva y angustiosamente.

Su hermana de 10 años, no controla esfínteres, tiene quemada la piel en la zona de la entrepiernas
como consecuencia de la enuresis. Cuenta que duerme en la misma cama con su mamá, así como Juan duerme en otra habitación, en la misma cama con su papá.

En el mismo taller, otros niños dialogan sobre el maltrato que sufre Juan. Horacio, de 11 años, dice: "no se va a poder hacer nada, nadie lo va a poder ayudar".

Horacio tiene razones para sostener su pesimismo. El ha permanecido atado a una cama durante 15 días, a pan y agua, "para que aprenda" según su padrastro.

Ese hecho para muchos ha quedado en el pasado. Hoy, Horacio es un niño que permanentemente es castigado por sus problemas de conducta, por sus huidas a la calle y por hurtos. Horacio a veces se encierra a sí mismo en los armarios. El asiste regularmente a los talleres. Su madre, no.

El abogado que asesoraba a la madre del niño preguntó, después de varios intentos de exclusión del hogar del padrastro: "...está Horacio en condiciones de volver a vivir con su padrastro", ubicando el foco del conflicto en el niño. (Entendemos esta situación como un ejemplo del proceso de revictimización).

Pese a todo lo antes expuesto, las mujeres y los niños trabajan duramente para poder pensar en términos de los propios derechos.

Los niños mencionan en un taller, por ejemplo, "derecho a tener una familia, derecho a no quedarte afuera de la escuela, derecho a que no nos peguen, derecho a que nos hablen bien, derecho a jugar, derecho a una vida mejor"

También uno de los niños señaló: "derecho a morir joven"...

...Se trata de Marcos, de 12 años. Hay una parte de su realidad que le cuenta una historia de miseria, golpes y un papá que fue asesinado hace 3 años.

Nosotras intentamos cada día que salgan a la luz otras partes de su realidad: él, su mamá y sus hermanos, están vivos. A Marcos le gusta jugar a la pelota, va a la escuela, viene a nuestro taller, y hace unos días se animó a decir que también sueña con "tocar una computadora".

Quizás algo podamos cambiar. Allí donde parece que ya no puede hacerse nada, permitamos que la posibilidad de cambio nos conmueva.

Si bien en nuestra experiencia y estadísticamente aparecen prioritariamente los varones como agresores, no podemos desconocer el peso impuesto por la sociedad sobre sus espaldas, privándolos de la posibilidad de reconocer y expresar su mundo emocional y cómo es que llegan a adoptar la violencia como modo natural de vincularse.

Podemos ser protagonistas del intento de construir espacios innovadores o convertirnos en presos, porque está preso todo aquel que vive con la certeza de que no hay salida.

por enREDando.org.ar